lunes, 11 de diciembre de 2017

El nazi que asesinó a Aitor Zabaleta disfruta del tercer grado penitenciario


Era un partido de fútbol. Nada más y nada menos que un partido de fútbol. Duraría 90 minutos, habría aplausos, quizás goles, seguramente alguna que otra falta. Y gritos, muchos gritos. Pero de aliento a tu equipo, no de dolor ni de espanto porque un nazi de 23 años haya decidido que este encuentro, correspondiente a los octavos de final de la UEFA, fuese el último de tu vida. Eso fue lo que le pasó a Aitor Zabaleta aquel 8 de diciembre de 1998 en las afueras del Vicente Calderón. Dentro, la Real Sociedad jugaba de visitante contra el Atlético de Madrid. Fuera, unos ultraderechistas se encargaron de arruinarlo todo. Absolutamente todo.

Casi 20 años más tarde, el nombre de Aitor Zabaleta sigue más vivo que nunca entre la afición de la Real Sociedad. Nunca lo olvidaron. Es imposible. Tenía 28 años, amaba a este equipo y solamente quería verle ganar. O perder. Daba igual. Pero quería entrar y salir del campo vivo, de la mano de su novia. Y aquella noche, aquella maldita noche, ni siquiera entró. Cuentan que los futbolistas de la Real se enteraron en el descanso que habían apuñalado a uno de los suyos. El partido siguió su curso. Acabó 4-1. Victoria de los colchoneros. Derrota de los txuri-urdin. Cuando el árbitro pitó el final, Aitor aún estaba con vida, peleando contra la muerte. A las tres de la mañana, su corazón dejó de latir. Nueve horas antes, ese mismo corazón había sido atravesado por una navaja de nueve centímetros.

El asesino se llamaba y se llama Ricardo Guerra Cuadrado. Por entonces era uno de los nazis que formaban parte de “Bastión”, un grupo ultraderechista que utilizaba el fútbol como excusa. Lo suyo, en realidad, era crear miedo y propagar el odio. O apuñalar a chavales indefensos. Ellos, los nazis, lo denominaban “cazar”. Aquella noche llegaron a increpar a un niño de seis años, simplemente porque era vasco y de la Real. Aitor salió en su defensa. Poco después, Guerra le clavó la navaja en el pecho. El joven donostiarra se desplomó cien metros más adelante, muy cerca de la puerta 6 del Calderón. “Vero, me estoy muriendo”, le dijo a su novia. Para Aitor, era el principio del fin. Para sus familiares, el comienzo de la pesadilla.

Un año y tres meses después, la Audiencia de Madrid condenó a Guerra a 17 años de cárcel por asesinato. Según señalaron fuentes judiciales a Público, posteriormente se produjo una “refundición de condena”, debido a que el ultra tenía pendientes otras causas. De hecho, la noche que apuñaló a Aitor disfrutaba de un permiso penitenciario. Entonces cumplía una condena en el centro de inserción social Victoria Kent por haber apuñalado a otro joven en una discoteca de Madrid en 1996. Cuando mató a Aitor estaba ya en tercer grado.

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