Alumnas gitanas culminan con un proyecto
europeo de educación de adultos
La manta llega el jueves 31 de mayo a Valladolid. Habrá una fiesta para recibirla.
Durante dos años ha sido el símbolo que les ha abrigado en la defensa de un
lema que ya no van a abandonar: 'Mujer, tú puedes' ('Woman, you can', reza el
eslogan original).
La han tejido con otras compañeras en situación
desfavorecida de Francia, Turquía, Italia, Rumanía y Hungría, dentro de un
programa europeo denominado Grundtvig y destinado a la educación de personas
adultas. El objetivo, compartir experiencias e interiorizar que nunca es tarde
para salir adelante.
Las treinta alumnas gitanas que han vivido la experiencia en Valladolid
reciben a la prensa mucho más sueltas que en 2010, cuando iniciaron este
'erasmus' de integración. Si entonces había que arrancarles las palabras con
sacacorchos, ahora solo hace falta darles el pie. Están contentas, muy
contentas. Especialmente Sole, la única de las treinta que ha tenido la
oportunidad de viajar fuera de España, concretamente a Burdeos, para poner cara
a las compañeras con las que, durante dos cursos, ha intercambiado su visión de
la vida, de la familia, de la sexualidad o de la educación. Otro grupo sí se
desplazó a Madrid. Incluso pasaron una noche fuera de casa. «Parecía un palacio
el hotel aquel», relatan entre risas estas chicas poco acostumbradas a romper
amarras con familia, aunque solo sea por un día.
A través de Facebook, de videoconferencias y de documentos que han viajado
de aquí para allá, han conocido a mujeres de otros países, distintas por su
origen, pero iguales en lo fundamental. «Ha sido muy bonito», resume Soledad
Lozano, quien de su paso por Francia destaca, como anécdota, la cantidad «de
negritos y de gente pintoresca» que ha visto.
En el centro cívico de Pajarillos, donde estás jóvenes madres siguen las
clases, el proyecto ha calado y ha sido el anzuelo definitivo para engancharlas
a los pupitres. Llegaron a ellos obligadas por los servicios sociales del
Ayuntamiento y ahora ya no están dispuestas a soltarlos. «Nosotras queremos que
nuestros hijos estudien, eso de casarse y tener hijos tan jóvenes, nada», zanja
con autoridad Antonia, una de las estudiantes más dicharacheras del grupo.
Ellas cargaron muy pronto con la vida y no quieren que los suyos hagan lo
mismo. Las lecciones que reciben de las profesoras Patricia Casuso, Ana Rojo y
Noelia García-Muñoz ya no hay que repasarlas. Han quedado dentro. «Para
nosotras lo más importante es que ahora podemos ayudar a los hijos a hacer
deberes y tenemos autoestima, cada vez nos valoramos más», dicen casi al
unísono. La 'culpa' de este avance impagable en una cultura hasta hace muy poco
reacia a entrar en el carril de la formación la tiene el Servicio de Educación
del Ayuntamiento y los docentes de Federación de Colectivos de Personas Adultas
(Feceav), cuyos profesionales han sido los responsables de prender esa valiosa
mecha.
Ellas han dado el primer paso y están decididas a
que los que les siguen den el resto. De aquellas gitanas de antaño atadas de
por vida a la prole, empieza a quedar lo justo. LLega una nueva generación, que
confirma la veta integradora de la educación de adultos.
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