La frase, se apresuró a indicar Miguel Ángel Aguilar, el fiscal pionero en la persecución de los delitos de odio en España, no es de su cosecha, «sino de Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia, un verdadero pionero»
El magistrado Fernando Grande-Marlaska y el fiscal especial Miguel Ángel Aguilar advierten de que el 88% de los delitos de odio que se producen en España no se denuncian.
«La libertad de expresión no puede ser libertad de
agresión». La frase, se apresuró a indicar Miguel Ángel Aguilar, el fiscal
pionero en la persecución de los delitos de odio en España, no es de su
cosecha, «sino de Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la
Intolerancia, un verdadero pionero». Suya o no, con ella resumió a la
perfección la mesa del ciclo que protagonizó ayer en Valladolid el jefe del
Servicio contra los Delitos de Odio de la Audiencia de Barcelona. Se explayó en
su alegato para que las víctimas dejen de ser invisibles, y lo hizo mano a mano
con el magistrado Fernando Grande-Marlaska, otro pionero en visibilizar y
combatir este tipo de delitos a los que nadie llamaba por su nombre en España
hasta 2009 y todavía no están como tales en la memoria colectiva. Y ello, a
pesar de que la retuiteada imagen de la joven ecuatoriana pateada por un
energúmeno en un tren de Barcelona dio la vuelta al mundo en 2007. Eso no solo
fue una agresión. Fue un delito de odio. El primero con el que se estrenó la
fiscalía especial.
De hecho, señaló Marlaska, se trata de una «patología
social» que salpica distintos títulos del Código Penal español y está
directamente relacionada con la vulneración de los principios constitucionales
de igualdad y la no discriminación, pero que todavía los legisladores no le han
otorgado lugar propio en el reproche penal, como sí ocurre, por el contrario,
en la Unión Europea. A pesar de ello, el jurista reconoce que existe una
preocupación creciente en España por este tipo de conductas que se construyen sobre
los prejuicios y los estereotipos y que pueden acabar con la convivencia
social. No fue necesario mencionar Cataluña, pero el auditorio lo tenía en
mente.
«La mecha»
Como muestra de este nuevo interés para poner coto a estas
actitudes que denigran a las personas, la comisión que él mismo preside en la
que están representados todos los poderes públicos (desde la Administración de
Justicia hasta cuatro ministerios y el Observatorio contra el Racismo y la
Xenofobia) para avanzar en la prevención y educación que pongan freno a unos
delitos en progresión ascendente que mucha gente desconoce, todavía, que lo
son. «Hay personas que no saben que impedir el acceso a un establecimiento a
una persona por el color de su piel es un delito», remachó el fiscal Aguilar.
Para Grande-Marlaska, la piedra de toque es el discurso de
odio y su estrecha relación con el derecho de la libertad de expresión, «otro
elemento pilar del Estado de Derecho, que no es oír aquello que nos gusta, sino
aquello que nos incomoda o nos hiere en cierta medida y que tiene la frontera
en los derechos de los demás», ese es el límite. «El discurso del odio es la
mecha que enciende la posibilidad de que se convierta en delito», subrayó el
magistrado. Aguilar subrayó que hay en las redes «verdaderos laboratorios para
construir discursos de odio».
Desgraciadamente, a pesar de los intentos de prevención, en
la población hay «un enorme desconocimiento sobre este tipo de hechos, unas
cifras negras importantísimas» en las estadísticas, porque las víctimas
raramente denuncian, muchas veces por desconfianza en las propias Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado y de las autoridades en general. «Si eres negro
o lesbiana y no tienes recursos, crees que tu denuncia no va a tener respuesta
de las autoridades», indicó el juez en su afán de que se visibilice claramente
el problema al que se enfrenta la Justicia para atajar este tipo de delitos. Y
ello, a pesar de que «tenemos medios suficientes, como el Estatuto de la
Víctima, donde se reflejan estas situaciones, y desde 2011, el Ministerio del
Interior ha establecido unos parámetros para calificar este tipo de delitos y
tabularlos, de manera que se pueda realizar una investigación y unos perfiles
de víctimas y victimarios. Pero ello también exige, puntualizó el magistrado,
«formación en las comisarías» y que, cuando los atestados lleguen a los
juzgados y fiscalías, «todo el mundo pueda disponer de un mismo registro, que
hoy en día no existe».
Destacó especialmente los pasos que se están dando contra la
intolerancia y discriminación en los colegios y en los deportes aunque,
reconoció, «todos somos conscientes de que queda mucho por hacer».
El fiscal Miguel Ángel Aguilar insistió en que es necesario
que los tres poderes del Estado se impliquen para que afloren este tipo de
casos y reivindicó que «remuevan los obstáculos para llegar a la igualdad, que
no es un valor accesorio pues, como la justicia y la libertad, son los pilares
del Estado de Derecho». La UE ya se lo planteó como acción de gobierno desde
2013, pero en España es mucho más lento.
No obstante, desde que se creó en 2009 el Servicio que
dirige en Barcelona, se han preocupado de elaborar estadísticas, que no había
porque, «para tener conciencia del problema hay que conocer las dimensiones;
primero hay que llamar a las cosas por su nombre y luego poner cifras al
sufrimiento».
En 2011 se hizo el primer protocolo estatal y una guía. Y ya
se dispone de estadísticas aunque, subrayó el fiscal, «lo más importante que
ocurre con estos delitos es que no se denuncian». De hecho, tirando de cifras,
el 88% de los delitos de odio que se cometen en España (racismo, xenofobia,
orientación sexual, principalmente), no se denuncian. ¿Por qué? «Porque no
confían en nosotros, porque vienen de países donde la justicia no les protege,
o porque son personas que duermen en cajeros, y es muy difícil que un
extranjero que no tenga los papeles en regla vaya a comisaría porque teme la
expulsión. O porque viven en pueblos». Y ocurre que, cuando se denuncia, se
tienen dudas sobre la credibilidad de la víctima y se tiende a sobreseer el
caso. Si hay sentencia, muchas veces es simplemente una pequeña multa, «después
de una exposición pública bestial a la que está sometida la víctima». En
España, el 88% de los casos no se denuncian, ni siquiera lo hacen los
colectivos más concienciados y combativos, como el LGTB. Para el fiscal
especial, «en estos casos en los que las víctimas son doblemente vulnerables,
es la administración la que tiene que ir a la víctima, no al revés».
El ciclo, que continuará el próximo mes en Ávila, contará de
nuevo con el patrocinio del Banco de Santander, los Registradores de Castilla y
León y el bufete Negotia. Además de la colaboración del Tribunal Superior de
Justicia, la Fiscalía, los colegios de abogados y procuradores y las
universidades de Castilla y León.
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