Expertos que conviven con adolescentes reflexionan sobre el uso de la violencia para resolver conflictos a raíz del caso de Tafalla. Las claves, controlar los impulsos, gestionar las emociones y saber que la agresividad tiene consecuencias.
“Si en casa no somos capaces de manejar el conflicto de forma dialogada y recurrimos a la imposición los hijos repetirán este modelo” “No hay adolescentes más o menos violentos, hay personas con más o menos habilidades para manejar conflictos de forma adecuada” “Les explicamos que las conductas violentas tienen consecuencias, que la palabra no puede producir una muerte pero un acto violento, sí”
POR desgracia, las consecuencias de la agresión ocurrida el pasado lunes en Tafalla, que segó la vida del joven Roberto Requena, son irreversibles. El suceso, sin embargo, es una llamada de atención a la sociedad en su conjunto y debería convertirse en una oportunidad para la reflexión y el aprendizaje. ¿Qué está fallando para que algunos adolescentes resuelvan conflictos haciendo uso de la violencia? ¿Cómo se abordan estas situaciones en casa y en la escuela? ¿Cómo transmitir a los chavales que apuesten por el diálogo si la violencia está plenamente instaurada en cada rincón de la sociedad? Tres personas que conviven a diario con adolescentes y sus familias reflexionan sobre estas y otras cuestiones en este reportaje.
La psicóloga Arantza Martín lo tiene claro. “No hay adolescentes más o menos violentos, hay personas con más o menos habilidad para manejar el conflicto de forma adecuada”, asegura esta trabajadora de la Fundación Xilema. Una opinión similar aporta Joseba Amigorena, responsable del centro juvenil Gazteleku de Villava. “La adolescencia, al igual que la sociedad, es muy heterogénea. Ni todos los adultos reaccionan de forma violenta a determinados estímulos ni todos los adolescentes responden violentamente”, reflexiona este educador que, aunque no descarta la posible existencia de una connotación genética, en el sentido de que hay personas más impulsivas y otras más racionales, cree que una de las claves está en componente aprendido o educativo. “El control de los impulsos o la respuesta ante el no se puede y se debe trabajar. El no provoca frustración y puede desembocar en comportamientos violentos, pero si un chaval tiene asignadas unas habilidades sociales para dialogar, empatizar con el otro... va a reaccionar de distinta manera que aquel que el único estímulo que ha aprendido es el uso de la violencia”, afirma. En esta misma línea, la responsable de formación de la Federación de apymas Herrikoa, Carmen Nieto, asegura que “hay circunstancias en las que casi cualquier chico o chica podría obrar de una forma violenta porque es una pérdida de control, pero influye mucho la forma en la que la persona ha sido educada”.
Existen factores que pueden influir en que el adolescente opte por la respuesta violenta. “Haber recibido un modelo de violencia como solución a los conflictos, no haber crecido en un entorno de límites y normas firmes que le hayan dado seguridad o no haber experimentado una contención emocional o la ayuda para gestionar las emociones por parte de figuras de referencia adultas pueden hacer que elijan la opción violenta más fácilmente”, remarca la psicóloga de Xilema para quien el manejo de las emociones es parte básica del aprendizaje. “Igual que enseñamos a un niño a sentarse bien o a leer, el aprendizaje del manejo de mi agresividad, el aprender que yo tengo unos derechos pero resulta que son los mismos que los de los demás, debe empezar en casa”, asegura esta psicóloga. En este sentido, Amigorena recuerda que hay adultos y familias que legitimizan la violencia. “A veces transmitimos la idea de que en ocasiones la violencia está justificada, y los padres les dicen que respondan con un tortazo si les pegan. Y estos mensajes contradictorios no ayudan”.
La importancia de ser coherentes es uno de los consejos en los que insiste Nieto cuando ofrece formación a las familias. “Nuestros hijos e hijas no necesitan tener padres perfectos pero sí es muy positivo que seamos coherentes”.
La escuela y otros ámbitos de la educación no formal también juegan un papel fundamental. Ahora bien, tal y como advierte Martín, “la tarea de la escuela es importante, pero no podemos pretender que los profesores hagan con nuestros hijos lo que no hacemos nosotros en casa”. Desde Herrikoa, Nieto apuesta por trabajar la inteligencia emocional en los centros escolares. “Enseñarles a controlar las emociones y que no sean las emociones las que nos controlen a nosotros. Cuando perdemos el control la emoción que sentimos, ya sea rabia, cólera o desprecio, está actuando por nosotros”, afirma.
En los institutos al igual que en otros espacios educativos o de ocio se han dado pasos adelante. “Hay normativas y pactos de convivencia y se trabajan estos aspectos. Nosotros por ejemplo llevamos tiempo realizando procesos de mediación para abordar la resolución de conflictos. Deben reflexionar porqué han reaccionado así y les invitamos a ponerse en la piel del que ha sufrido la agresión, y después tratamos de adoptar acuerdos de convivencia consensuados”, explica Amigorena. Este educador reconoce que el suceso de Tafalla será un tema recurrente a la hora de trabajar con los adolescentes. “Los educadores solemos utilizar ejemplos como este y les advertimos de que un empujón o un puñetazo mal dado, una agresión en un momento dado puede producir una muerte. Muchas veces el problema es que ni los adolescentes ni los adultos medimos las consecuencias que puede tener una agresión. Tratamos de transmitirles que los comportamientos violentos acarrean consecuencias”, expone. En esta misma línea, Nieto indica que “en la adolescencia, quizá más que en otras etapas de la vida, se asumen riesgos sin darse cuenta de los peligros y consecuencias que tienen ciertas acciones”.
Ahora bien, tal y como señalan los expertos consultados, tanto la educación formal como no formal debe disponer de los recursos necesarios para sensibilizar y prevenir hechos violentos. “El problema es que muchas veces a nivel educativo no tenemos los recursos que deberíamos tener y no se hace el seguimiento que se debería hacer”, lamenta Amigorena.
Una idea que quieren desterrar es la que asocia el comportamiento violento a la etnia, colectivo o nivel social del adolescente. “La población se sorprendería si viese los datos de las memorias de los diferentes recursos e instituciones que trabajamos en el ámbito social para ver la diversidad de perfiles que están en situaciones complicadas. El hecho violento va asociado a la persona, no a su raza”, asegura la psicóloga de la Fundación Xilema, quien considera en el entorno de Tafalla se hace ahora “especialmente necesaria” la figura de los mediadores interculturales, tanto a nivel de intervención como de prevención de conflictos entre colectivos a raíz del suceso. En este sentido, el educador del Gazteleku de Villava insiste en que las conductas violentas existen en todos los ámbitos de las sociedad y no depende de raza ni condición social. “No debemos insistir en quien ha sido sino en dar soluciones para que la violencia no se ejerza de forma estructura. Trabajar para que los amigos del fallecido no piensen que la solución es ir con palos y agredir a los otros sino pensar que les podría haber pasado a ellos”, reflexiona Amigorena.
En cuanto a un posible repunte del uso de la violencia para la resolución de conflictos en los últimos años, la psicóloga de Xilema cree que la violencia se vive hoy de una manera diferente. “Ha cambiado de dirección, de vehículo en el que se ejerce e incluso de contexto y es más visible. Hay más violencia filio-parental, pelas que se graban en móvil y se cuelgan en la red e incluso una normalización del uso de la violencia en los medios de comunicación, la televisión, los videojuegos... que hace que se interiorice como una forma de resolución de conflictos válida, especialmente si no se han recibido otras alternativas como modelo”, constata Martín. Y es que, tal y como apunta Amigorena, la violencia “está instaurada en la sociedad” y los referentes violentos existen tanto en películas y medios de comunicación como “en el futbolista que nos mola y pega un cabezazo y todos nos reímos o en el actor que nos gusta y se comporta de forma agresiva”.
Una cuestión nueva, que afecta a las últimas generaciones, es la baja tolerancia a la frustración. “Somos la generación de la inmediatez, del lo quiero y lo consigo ahora mismo. Es la cara negativa de la revolución tecnológica, entre otras cosas, porque cualquier cosa está en la red. Tenemos todo a un clic, y esto juega en contra en el manejo de nuestros impulsos, de la madurez emocional, de la gestión de nuestro mundo interno. Si algo me enfada te envío un WhatsApp en el momento de más rabia, no espero a vernos la semana que viene para reflexionar sobre lo ocurrido, rebajar el malestar”, remarca Martín.
Por su parte, Amigorena, que lleva una década trabajando con adolescentes, no cree que sean más violentos y es optimista ya que “se está trabajando” tanto en los institutos como en otros espacios educativos. Ahora bien, este educador aboga por impulsar una estrategia estructurada y coordinada por todos los sectores que trabajan con adolescentes. “Hay que hacerles ver que la palabra no puede producir una muerte y un acto violento sí. Debemos trabajar el respeto, el manejo de la frustración, los referentes positivos... Es la única manera de dar pasos y es fundamental que todo la sociedad nos lo creamos”, reflexiona.
http://www.deia.com/2015/02/16/sociedad/euskadi/adolescentes-violentos
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