viernes, 24 de noviembre de 2017

Luz de gas, el maltrato machista que nadie parece ver


Mireia es el nombre ficticio —por expresa petición— de una mujer de 37 años que durante dos años padeció por parte de su novio maltrato psicológico. En concreto, una forma de maltrato que se conoce como luz de gas. Se trata de un abuso sutil, manipulador, mediante el que se desgasta la estima y confianza en sí misma de la mujer hasta el punto de anularla, de convertirla en un manojo de dudas y miedos.

La victima casi nunca es consciente de estar siendo maltratada. O, al menos, no maltratada tal y como se entiende generalmente el término, ya que no hay una agresión clara. Simplemente, a base de poner en duda todo, discutir todo y menospreciar sus puntos de vista, la mujer va encerrándose en sí misma. Se trata también, en consecuencia, de un maltrato muy difícil de explicar para la víctima y todavía más complicado de denunciar.

“Seguimos sin identificar la violencia cuando no hay agresiones físicas, sin entender que los efectos del maltrato psicológico pueden llegar a ser devastadores e incluso irreversibles”, explica la psicóloga Bárbara Zorrilla.

En no pocas ocasiones, el propio entorno de la víctima no percibe que esta situación sea un maltrato. En general suele ser interpretado como problemas de pareja o altibajos. Un escenario que empuja a la mujer a encerrarse en sí misma, a no compartir la problemática e incluso, en ocasiones, a convencerse de que, tal y como no dejan de repetirle, no está siendo víctima de un maltrato.

La violencia luz de gas, tal y como explica Beatriz Villanueva, casi nunca requiere del uso de la violencia explícita. Incluso, muchas veces, se reviste de un falso buenismo: “Yo solo quiero ayudar, aunque parece que todo lo hago mal; hazme caso, fíate de mí, es por tu bien…”. Por esta razón, en ocasiones, también los hombres padecen luz de gas por parte de sus parejas. En estos caso todavía es más difícil para la víctima, y sobre todo pare el entorno, detectar que el hombre está padeciendo maltrato.

“Este tipo de maltrato es mucho más frecuente de lo que se ve y percibimos. También en gente joven. Se perpetúa, y responde a los roles que tenemos asumidos en la pareja”, explica Beatriz.

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