Mireia es el nombre ficticio —por expresa petición— de una mujer de 37 años que durante dos años padeció por parte de su novio maltrato psicológico.
En concreto, una forma de maltrato que se conoce como luz de gas. Se
trata de un abuso sutil, manipulador, mediante el que se desgasta la
estima y confianza en sí misma de la mujer hasta el punto de anularla,
de convertirla en un manojo de dudas y miedos.
La victima casi nunca es consciente de estar siendo maltratada. O, al
menos, no maltratada tal y como se entiende generalmente el término, ya
que no hay una agresión clara.
Simplemente, a base de poner en duda todo, discutir todo y menospreciar
sus puntos de vista, la mujer va encerrándose en sí misma. Se trata
también, en consecuencia, de un maltrato muy difícil de explicar para la
víctima y todavía más complicado de denunciar.
“Seguimos sin identificar la violencia cuando no hay agresiones físicas,
sin entender que los efectos del maltrato psicológico pueden llegar a
ser devastadores e incluso irreversibles”, explica la psicóloga Bárbara
Zorrilla.
En no pocas ocasiones, el propio entorno de la víctima no percibe que
esta situación sea un maltrato. En general suele ser interpretado como
problemas de pareja o altibajos. Un escenario que empuja a la mujer a
encerrarse en sí misma, a no compartir la problemática e incluso, en
ocasiones, a convencerse de que, tal y como no dejan de repetirle, no
está siendo víctima de un maltrato.
La violencia luz de gas, tal y como explica Beatriz Villanueva, casi
nunca requiere del uso de la violencia explícita. Incluso, muchas veces,
se reviste de un falso buenismo: “Yo solo quiero ayudar, aunque parece
que todo lo hago mal; hazme caso, fíate de mí, es por tu bien…”. Por
esta razón, en ocasiones, también los hombres padecen luz de gas por
parte de sus parejas. En estos caso todavía es más difícil para la
víctima, y sobre todo pare el entorno, detectar que el hombre está
padeciendo maltrato.
“Este tipo de maltrato es mucho más frecuente de lo que se ve y
percibimos. También en gente joven. Se perpetúa, y responde a los roles
que tenemos asumidos en la pareja”, explica Beatriz.
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