El 23 de enero de 1995, hace hoy
30 años, fue asesinado Gregorio Ordoñez. El criminal
terrorista que le mato fue Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote. Fue
un disparo en la cabeza a un demócrata, indefenso pero valiente que a pecho
descubierto desafiaba la imposición totalitaria de una banda de asesinos, cuyo
sacrificio en pos de la libertad debe ser mantenido como un legado de dignidad
y firmeza, y que una nación agradecida no puede olvidar. Gregorio Ordoñez murió
mientras almorzaba en un restaurante, sencillamente porque combatía con la voz
y la palabra la peste totalitaria de ETA y sus cómplices.
Txapote resuena hoy en día como
icono zafio del mal absoluto, de la banalidad de un vulgar matón, de la bazofia
ideológica identitaria y de la incoherencia de quienes blanquean a sus cómplices
de ayer y de hoy.
Por aquel entonces, Jóvenes
contra la Intolerancia, con su capacidad y la fuerza de su discurso, combatía
de forma firme, desde la razón y el rechazo radical a la violencia,
haciendo honor a sus orígenes en el antifascismo real, a los grupos urbanos
violentos, muchos de ellos neonazis que en la eclosión de su actividad y
fanatismo, dos años antes habían asesinado a la inmigrante dominicana Lucrecia
Pérez.
Era por tanto imposible que el
asesinato de Gregorio Ordoñez pasara inadvertido para quienes entonces
militabamos en Jóvenes contra la Intolerancia.
Nuestro compromiso
inexpugnable e irredento, en contra de la peste racista e identitaria, activó
de forma espontánea, y casi diríamos que sin una gran reflexión teórica -eso
vendría luego-, la tremenda indignación y necesidad de gritar en contra de
aquel asesinato, y por ende de todos los anteriores y de los que por desgracian
habrían de acontecer, como expresión del mismo fenómeno que hizo a Jóvenes
contra la Intolerancia su razón de ser.
Así que el 26 de enero, logramos
impulsar la primera concentración contra el terrorismo etarra en la Puerta del
Sol de Madrid, convocada por nuestra organización. Quizás no fuéramos entonces
capaces de comprender la dimensión histórica de aquel día, pero treinta años
más tarde, puede trazarse objetivamente, el impacto desencadenante del fenómeno
que desde la sociedad civil, contribuiría a derrotar a ETA.
Varios fueron los motivos, fue la
primera concentración, que sistematizó una respuesta ciudadana fuera del País
Vasco tras los atentados de ETA. Anteriormente pudieron verse acciones
aisladas, mayormente en los municipios dónde se había producido un atentado.
Pero no una sistemática con vocación de continuidad y de extensión a otros
territorios de España. Como así hizo, primero Jóvenes contra la Intolerancia y
su evolución despues en Movimiento contra la Intolerancia, durante casi un
década hasta que ETA cayó derrotada.
El discurso de Jóvenes contra la
Intolerancia fue un desencadenante nada menor del efecto dominó de un
movimiento cívico que contribuyo en la capitulación de ETA. Y aunque otras
organizaciones pacifistas del País Vasco también contribuyeron notablemente a
la causa, este nuestro enfoque no se basaba en el silencio sino en el grito, en
el llamamiento a la sublevación, en la categorización de ETA como lo que eran
unos nazis identitarios, basura totalitaria, fango nacionalista derivado de los
crímenes del siglo XX.
Era un “a por ellos” con la voz y
la palabra, pero a por ellos, era el “libertad sin ira”, pero también sin
miedo. A veces con algunos excesos transgresores: “estamos hasta el culo
de tiros y de zulos” y siempre coherentes y fuertes en la deslegitimación del
terrorismo y en la defensa de los valores de la Constitución.
Era “EL ESPÍRITU DE LA
PUERTA DEL SOL” impulsado por Jóvenes contra la Intolerancia contra
ETA.
En los meses posteriores el
espíritu de la Puerta del Sol se extendería a Sevilla, Jerez de la Frontera,
Zaragoza, Valencia, Valladolid, Irún, y paso a paso a toda Espala, dónde
demócratas de todo signo ideológico acudían tras sus crímenes a gritar contra
ETA, a resistir contra la imposición de su odio identitario, y a sublevarse
contra la intolerancia de aquella lacra totalitaria.
Aquello generó un paradigma fuera
del eje izquierda derecha, una unidad de acción, un encuentro fraterno en el
que se hermanaban en el dolor victimas del terrorismo con las de los crímenes
de odio nazi. Una coherencia de combate en el que, por ejemplo, Violeta
Friedman, judía superviviente del Holocausto, compartía lucha con
Cristina Cuesta, cuyo padre fue asesinado por ETA. Todo construía un relato
inédito hasta entonces que marcaba el fin de ETA, relegada al basurero de la
historia por un cerco moral, construido por militantes del antifascismo real,
de aquellos que fueron presos políticos del franquismo y sufrieron cárcel y
torturas por ello. Mención especial merece Montse, nuestra
secretaria general y presa política más joven de España en tiempos del
franquismo, que solía desgañitarse, megáfono en mano hasta la afonía en
aquellas movilizaciones.
Con el tiempo vendrían otras
organizaciones, que fueron muy bienvenidas a la lucha, en aquella sequía moral
de otras “grandes organizaciones que se decían defensoras de los derechos
humanos,” pero que incluso, a veces se perdían en un laberinto incomprensible
de justificación y blanqueo de la acción terrorista desde una equidistancia tan
inútil como inmoral.
La memoria democrática de la
España constitucional no puede ignorar esa fecha y lo que vino después. El
espíritu de la Puerta del Sol de alguna manera vive hoy en la lucha por la
libertad de Venezuela, en el combate sin cuartel contra el antisemitismo, en la
confrontación irredenta contra toda forma de intolerancia, es un legado a
transmitir para derrotar a los retos que debe afrontar la nueva
generación. “ETA NO VASCOS SI”.
Cambien ambos sujetos, busquen
adaptarlos a cualquier contexto y tendrán un discurso indestructible.
Valentín González
Vicepresidente de Movimiento
contra la Intolerancia
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