Parece que lo que no se conoce no existe, según aprecia la sabiduría
popular. Durante muchos años nuestras denuncias cayeron en saco roto por
falta de reconocimiento del problema de los crímenes de odio. Así a la
violencia racista o por odio ideológico, xenófobo, antisemita, homófobo,
hacia personas sin hogar o cualquier otra expresión de
intolerancia al diferente se la subjetivaba y se la denominaba
eufemísticamente violencia de “tribus urbanas” o para más escarnio,
violencia “juvenil” o violencia de “fiesteros”. Se palió gracias a la
insistencia de Movimiento contra la Intolerancia cuando logramos, hace
más de 20 años,
referenciarlos al menos como actos de violencia cometidos por “Grupos Urbanos Violentos”.
Sin embargo esta denominación, que persistente hasta hoy día, ocultaba la naturaleza del problema porque “las palabras no son las cosas”, como diría Foucault, al practicar con ellas unas construcciones que a veces por desconocimiento y otras por manipulación o falseamiento, acaban ocultando la realidad sobre la que hay que intervenir.
La denominación
necesaria, cual es “crimen de odio”, debe evidenciar en su significado
la naturaleza del “nosotros contra los otros” y el “a por ellos” tan propio de turbas fanáticas que alientan y cometen actos de intolerancia.
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