«Yo mandé el currículum sin foto», recuerda Loles Gabarri
(Valladolid, 1964) de aquella vez en la que estuvo a punto de conseguir
trabajo como limpiadora en una cooperativa. «Me llamaron, me dijeron que
iba a empezar inmediatamente, que llevara los papeles y el DNI. Allí me
presenté junto con dos payas. Bajaron la secretaria y la encargada de
la cooperativa:las dos, mujeres. Cogieron la documentación de las otras y a mí... a mí me dijeron que ya me llamarían.
Era más joven, más inexperta, agaché la cabeza y me escondí para
llorar. Hoy les habría dicho mil cosas, pero entonces... Salí de allí,
me metí en el coche y mi marido me preguntó: ‘¿Cuándo empiezas?’. Yo
contesté: ‘Me han dicho que ya me llamarán’. De camino a casa ninguno dijo nada. Los dos sabíamos que no me iban a llamar nunca». Y Loles insiste: fueron dos mujeres. «Dos mujeres las que decidieron que mi etnia era más importante que mi valía».
«Cuando
el feminismo habla de brecha salarial, nos gusta recordar que todavía
hay muchas mujeres que tenemos que luchar contra una discriminación
anterior, que es la dificultad para acceder a un puesto de
trabajo», asegura Amparo Borja (Valladolid, 1975), integrante de la
Asociación de Mujeres Gitanas Feministas, un colectivo que hace dos años
abrió una delegación territorial a orillas del Pisuerga para «hacer
frente a una doble discriminación:la que tenemos que afrontar por ser
mujeres y por ser gitanas».
El centro cívico Rondilla ha
albergado un encuentro –organizado en torno al Día Internacional de la
Mujer, el 8 de marzo– en el que también han participado integrantes de
la asociación Flor de Azahar (de Barrio España) y durante el que se ha
reivindicado el papel «valiente y audaz» de la mujer gitana en su
conquista por la igualdad. «Porque así es como nosotras entendemos el feminismo: igualdad de derechos y de obligaciones con los hombres, sin perder la identidad
de nuestro pueblo», indica Borja. Y para ello hay que erradicar tópicos y
derribar viejos comportamientos. Tanto de puertas para afuera como
entre las propias percepciones de la comunidad.
«Las mujeres gitanas hemos vivido una revolución de seda,
hemos avanzado, aunque todavía nos queda camino. Hace unos años,
siempre íbamos con faldas. Y, poco a poco, nos hemos puesto pantalones.
Al principio decíamos que es que hacía frío para llevar a los niños al
colegio, que era un segundo para salir a la calle... Así hemos conseguido que ahora llevemos vaqueros y mallas con naturalidad.
Puede parecer un gesto mínimo, pero ha sido fundamental para cambiar
mentalidades», explican varias de las participantes en la cita,
presentada por Elena de la Fuente, de la Asociación de Mujeres de La
Rondilla.
«Las gitanas tenemos que saber educar a
nuestros hijos y a nuestras hijas, tenemos que pelear por la igualdad
desde que son pequeños. Y esa igualdad la tienen que ver en casa. Si yo
trabajo fuera, cuando vuelvo me gusta encontrar la casa limpia, la cena
hecha. Si el marido te quiere, lo va a hacer sin que haya que
pedírselo;así es como se avanza en la igualdad», explica Borja.
Apoyo a la huelga feminista del próximo 8 de marzo
La Asociación de Mujeres Gitanas Feministas de Valladolid se ha adherido a la huelga convocada el próximo 8 de marzo, «porque compartimos las reivindicaciones» de igualdad laboral, lucha contra el maltrato y acoso, y por la visibilización del trabajo invisible y no remunerado que muchas mujeres hacen en su casa y como cuidadoras. «Pero, además de eso, las mujeres gitanas tenemos que reivindicar aún más cosas», aseguran desde el colectivo.«Nuestro camino es aún más largo. Mientras que el feminismo, en general, clama contra la brecha salarial, nosotras aún tenemos que levantar la voz para acceder al mercado de trabajo sin discriminación por ser gitanas», añaden.
Pero, para ello, las mujeres gitanas reclaman el apoyo del movimiento feminista general,
«porque en su lucha parece que a veces somos invisibles». «Necesitamos
que la sociedad nos eche una mano porque nosotras solas no
podemos.Queremos avanzar y necesitamos que otras mujeres nos den la
mano. Caminar juntas en las reivindicaciones. Pero a veces es difícil
conseguirlo porque te encuentras enfrente con un puño cerrado», cuenta
Loles, quien recuerda que el pueblo gitano,«por desgracia, carga todavía
con muchas piedras en la mochila, después de años de persecución e
incomprensión». «En ocasiones tenemos la sensación de que el feminismo se ha olvidado de nosotras,
de que el traje que ellas defienden nos queda un poco grande porque hay
reivindicaciones que ellas apenas atienden porque ya las dan por
superadas», se aseguró durante el encuentro.
Samantha
García (Madrid, 1992) reivindica los pájaros en la cabeza. «Me han dicho
muchas veces esa frase y es la que más odio con diferencia. Que me
olvide de ciertas cosas, que no haga esto, que no piense en lo otro. Que
me quite los pájaros de la cabeza. Y no quiero. Yo quiero inteligencia,
frescura, coraje», dice Samantha, quien estudia cuarto de Dirección de
Escena y Dramaturgia en el Miguel Delibes. «Desde pequeña quise
dedicarme a escribir porque quería que mis personajes fueran libres para
hacer y decidir lo que quisieran. Y eso lo quiero aplicar para mí. Voy a
vivir mi vida como quiera. Mi cuerpo es mío. Mi voz es mía. Voy a salir, voy a viajar. Y no por eso soy peor gitana ni peor mujer», exclama Samantha, quien resalta el apoyo que siempre ha encontrado en su casa.
Su madre, Estrella Marinkovic (Salamanca, 1972), subraya que su hija no es un caso extraordinario,
puesto que «cada vez es mayor el número de mujeres gitanas
universitarias». El de la educación y la formación es un escaparate
inmejorable para «que se refleje de lo que somos capaces y de las trabas
que tenemos que superar».
También entre las propia
comunidad gitana. «La palabra feminismo asusta a muchos hombres y no
tendría que hacerlo. Feminismo es reivindicar la igualdad para las
mujeres», asegura Amparo Borja, quien ha trabajado por extender este
mensaje en la Fundación Secretariado Gitano, en Movimiento contra la
Intolerancia, como colaboradora de JuanSoñador o en diversos colectivos
feministas.
«Es
verdad que pertenecemos a otra etnia, pero somos mujeres como cualquier
otra. Queremos reivindicar nuestros derechos. Somos mujeres y gitanas»,
exclama Loles, quien lamenta que, en ocasiones, no encuentren apoyo
femenino. Como aquella vez con el trabajo como limpiadora, «cuando la
etnia pesó más que la valía».
O como aquel otro caso en el que, dice, se
vio envuelta su sobrina. «Estudiaba peluquería, fue a hacer las
prácticas a La Victoria, y allí las clientas (¡mujeres!) decían que la gitana no le lavara la cabeza».
Nazareth Gabarri también compartió durante el encuentro otro ejemplo de
esa doble discriminación.«Me preparé para ser guarda jurado y, cuando
había que hacer prácticas, las propias compañeras me decían que fuera en
el coche de los chicos», recuerda Nazareth, quien resaltó el papel de
la formación «para tener las mismas oportunidades que las demás». «La llave del futuro está en la educación. Tenemos que ayudar a nuestros hijos a estudiar.
A nuestras hijas, para que sean lo que ellas quieran y demuestren que
son tan capaces como los hombres y que, por eso, como es de ley, tienen
que cobrar el mismo sueldo. El conocimiento elimina miedos y es el mejor
modo de superar la exclusión», concluyen las asociaciones de mujeres
gitanas.
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