Entidades sociales, asociaciones y vecinos llegados de otros países
cuentan sus experiencias en el Día contra la Discriminación Racial
«A veces, en el autobús, ves que alguien pone un bolso en el asiento de
al lado porque no quiere que tú te sientes allí», dice Fátima Zahour,
vallisoletana nacida en Marruecos.
–Me acerco muy amablemente y le pido si puede coger el bolso y dejar el sitio libre.
Fátima lleva ocho años en Valladolid, trabaja en el cuidado de niños, imparte clases de árabe, es madre de cuatro hijos, voluntaria de Accem y , en el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, explicó que, aunque no es ni lo más extendido ni lo mayoritario, todavía se topa en Valladolid con comentarios racistas.
«Cuando vivía en Parquesol y bajaba para trabajar en la calle Ferrocarril, me encontraba todos los días, cerca del Campo Grande, con un señor mayor que me gritaba:‘Vete a tu país, quítate el pañuelo’. Todos los días. Hasta que una vez me acerqué y le dije:‘Y usted, ¿por qué no se quita el gorro?’. Creo que el principal problema es el desconocimiento, que si no haces el esfuerzo por conocer al otro, seguirán los estereotipos. Y eso vale para todos. También para los que venimos de fuera, que no debemos tener miedo a cambiar y a adaptarnos».
Fátima habla en la Plaza Mayor, frente a la Casa Consistorial, que este miércoles lució una pancarta con el lema ‘La diversidad nos enriquece, la convivencia nos une’. El Ayuntamiento invitó a los colectivos que trabajan con personas extranjeras a participar en el acto institucional contra el racismo, celebrado en el salón de recepciones, y durante el que se reconoció la labor integradora de la parroquia de Santo Toribio, en Delicias, y de Movimiento contra la Intolerancia.
¿Racismo cotidiano? Marta Peña, psicóloga de Procomar Valladolid Acoge, explica que los mayores indicios de discriminación se registran, sobre todo, en las trabas para optar a un empleo o conseguir una vivienda. «A la hora de alquilar un piso, se pueden encontrar con la exigencia de garantías adicionales, cláusulas abusivas para que desistan de quedarse con el piso o la frase ‘solo españoles’ que algunos arrendatarios incluyen en sus anuncios en las webs de alquileres», explican desde Procomar, que ha organizado talleres informativos para que los usuarios de sus programas conozcan estas vías de discriminación.
«No suele ser evidente, pero a lo mejor piden un aval más tres nóminas, fianzas de seis meses...», asegura Irene Sánchez, coordinadora de Accem, quien recuerda que zancadillas similares se dan a la hora de acceder a un empleo, «en ocasiones también con sueldos más bajos». El problema, subrayan, es que en la mayor parte de los casos la discriminación es tan sibilina que es difícil de demostrar y denunciar.
Para luchar contra estas situaciones, todos los colectivos que trabajan con población extranjera, como Red Íncola, apelan por la educación de las nuevas generaciones. Rachid El Badaoui, 39 años, ha sido usuario de esta entidad y asegura no haber percibido actitudes racistas en los doce años que lleva en Valladolid. Todo lo contrario. «Me he encontrado con gente fantástica. Ahora estoy de baja, me han operado de la espalda, y en el hospital recibí la visita de los compañeros de trabajo, todos españoles», cuenta Rachid. «El día que me operaron estuve seis horas en el quirófano. Yo aquí no tengo familia. Pero sí muchos amigos españoles. Como Elena. Ella y toda su familia estuvieron a mi lado en el hospital por si pasaba algo. Y no tengo palabras suficientes para agradecerlo», asegura.
Naoual Sbail tiene 33 años y desde hace dos vive en Valladolid. Dice que salió de Marruecos para escapar de la violencia de género («en mi país, por desgracia, todavía hay mucho machismo») y vivir «como una mujer libre». Cuenta que lo está empezando a conseguir. «Soy otra, más fuerte». «Los inmigrantes solo buscamos una vida tranquila, un futuro mejor, convivir con la gente de aquí porque todos somos iguales», indica Naoual, quien acude a clases de español en la parroquia de Santo Toribio, cuya labor también ha sido reconocida este año por la Corporación municipal.
Al frente de esta parroquia de Delicias, en Caamaño-Las Viudas, una de las zonas con más altas tasas de población extranjera, está Antonio Verdugo: «La diversidad –alerta– no enriquece si está asociada con la injusticia, como suele ocurrir. Y eso alimenta conflictos y fobias hacia el que llega de fuera, hacia el que vemos diferente». «A pesar del evidente progreso de los últimos años, todavía vivimos en el pasado. Lo haremos mientras sigamos hablando de pobreza, de exclusión. Ahora utilizamos palabras nuevas (como desigualdad, como brecha social) para referirnos a una realidad antigua, que es la injusticia», asegura Verdugo, quien recuerda que España «está a la cabeza de Europa en tasas de desigualdad». «Urge que nos lo tomemos en serio para acabar con esta sociedad fragmentada». La parroquia de Santo Toribio, con 52 voluntarios, presta atención a cerca de 200 personas en proyectos interculturales, de español para extranjero, de refuerzo escolar para estudiantes...
Muy cerca del templo de la calle Hornija, en el centro cívico de Delicias, las entidades sociales que conforman el Servicio de Asistencia y Orientación a Víctimas de Discriminación Racial o Étnica invitaron a los vallisoletanos a compartir en las redes sociales (con la etqiueta 21demarzonotecalles) mensajes para «visibilizar la discriminación cotidiana». Los colectivos que forman este servicio son Accem, Cear, Cruz Roja, Cepaim, Movimiento contra la intolerancia, Red Acoge y Fundación Secretariado Gitano. En funcionamiento desde 2013, este servicio presta asistencia y orientación a personas que sufren este tipo de situaciones, con cerca de 600 casos al año en toda España. «El objetivo es dejar claro que para combatir la discriminación racial o étnica es necesaria su denuncia».
«El problema que nos encontramos es que hay una grave situación de infradenuncia, por la asimilación del rechazo por parte de las víctimas, el desconocimiento de sus derechos, el miedo a las represalias y la desconfianza en la respuesta del sistema jurídico», alertan.
Junto a este puesto informativo de Delicias está un hombre de 46 años que se presenta como Khodir, aunque ese no es su verdadero nombre. Lleva siete meses en Valladolid. Ha llegado hasta aquí desde Argelia, dentro de un programa de refugiados. Cuenta que hace ya casi tres años que se despidió de su familia, de sus cinco hijos, para escapar de un país en el que se le perseguía por sus ideas. Ingeniero, con una tienda de informática, Khodir ha trabajado toda su vida como activista en favor de los derechos humanos, lo que le ha provocado muchos problemas en Argelia.
«Publiqué en Internet un vídeo en el que se veía la represión policial, cómo los agentes maltrataban a los ciudadanos. Y eso me creó muchos problemas. En mi país, el Gobierno utiliza a la policía y los jueces para cerrar la boca a los activistas políticos y de derechos humanos». Ya no solo la cárcel. Cuenta Khodir que llegó a temer por su vida y por eso dejó atrás su vida en Argelia. «Desde aquí, con alguna asociación, intentaré seguir la lucha por los derechos humanos», asegura Khodir, quien en una jornada como esta contra la Discriminación Racial lanza un claro mensaje de «stop al racismo». «No somos una amenaza, no se nos tiene que mirar con desconfianza. Todos buscamos lo mismo: la libertad, los derechos, una vida mejor».
Khodir lleva poco tiempo en España como solicitante de asilo. Parte
del proceso burocrático que ahora ha empezado ya lo ha atravesado Ahlam, una refugiada siria que en enero de 2017 ya contó su historia en El Norte de Castilla ,
que lleva casi dos años en Valladolid, acompañada en este proceso por
la asociación Accem. Este miércoles, Ahlam ha contado su historia en el
Ayuntamiento, ante decenas de personas que nacieron en otros países y ya
son vallisoletanos (en el padrón hay inscritos 13.162 vecinos
inmigrantes, el 4,38%). «Antes del conflicto en Siria, yo teniá una vida
normal, estable. Era ama de casa. Mi esposo tenía un negocio. Mis tres
hijos estudiaban», cuenta en el español que ha aprendido durante los
últimos meses.
«Pero a raíz de la guerra, todo cambió. Llegó el sufrimiento, la destrucción de todo lo bello que uno tiene en la vida. La vida se convirtió en una pesadilla, en una sensación de miedo permanente.
«Mandas a tus hijos al colegio y tienes miedo de que no vuelvan, porque
no sabes lo que les puede pasar por el camino. De una vida normal pasas
a una vida sin electricidad, sin agua, sin muchas cosas básicas»,
añade.
«En ningún momento pensé en dejar mi país, pero todo
cambia cuando ves que en la calle donde vas a comprar hay una explosión,
cunado una bala perdida en un tiroteo casi te quita la vida. Estuve dos
semanas en el hospital, todavía tengo secuelas. Cuando me recuperé,
decidió que teníamos que salir de allí, fuera cual fuera el precio. No
solo para salvar mi vida, sino sobre todo por mis hijos. Soy una madre
que quiere la seguridad de sus hijos», indica.
Cuenta que el viaje no
fue sencillo, que cruzar el mar hasta llegar a Grecia se convirtió en una tortura,
que en varias ocasiones vio «de cerca la muerte» hasta que consiguió
llegar a suelo europeo. En Grecia estuvo durante siete meses en un
campamento de refugiados, hasta que finalmente fue enviada a España.
«Al
llegar aquí fue cuando empecé a sentir que las cosas podían cambiar.
Agradezco la hospitalidad de Accem, que lo tenía todo preparado para
nuestra acogida: una casa, comida y lo que para mí era más importante,
que aseguraban la educación de mis hijos, que iban a recibir la
asistencia sanitaria». «En Valladolid nos sentimos acogidos, bien tratados, respetados.
En este Día contra la Discriminación Racial, espero que ni Valladolid
ni España se conviertan nunca en un lugar donde exista rabia y odio. Mi
mayor deseo es que siga siendo un lugar de paz».
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