Varios adolescentes, con sus teléfonos móviles. / RAMÓN GÓMEZ |
La dependencia del teléfono, que afecta al 21% de los menores de más de 13 años, multiplica por dos el mal estado de ánimo
Volvemos a por él con premura cuando se olvida en casa, el trabajo o en clase. Compramos con urgencia otro cuando se pierde o no funciona. No sabemos qué hacer cuando esperamos a alguien sin poder entretenernos con él. Y comprobamos reiteradamente cuando baja la frecuencia de los mensajes que está operativo. Es el teléfono móvil. Un servicio que regala facilidades y comodidades, información y acceso, comunicación. Útil sin duda; lo que hace difícil prescindir de él y, en ocasiones, hasta el punto de crear una auténtica dependencia.
Y si esto pasa entre la población general, adulta, ¿qué ocurre en plena etapa de desarrollo y maduración?, ¿en la de inseguridades y necesidades de compartir con los amigos cualquier experiencia?, ¿en la que el concepto de estar conectado supera a la necesidad de relajarse, leer un buen libro, charlas con los amigos o practicar deporte
Un equipo de pediatras de Castilla y León ha buscado respuestas y cuantificar sus efectos entre los adolescentes de la comunidad. Para empezar, un dato, el 98,7% de los adolescentes de entre 13 y 18 años de Castilla y León tienen un teléfono móvil con acceso a Internet o Smartphone, según la encuesta realizada a 3.343 jóvenes de Educación Secundaria y Bachillerato, de ambos sexos y de zonas rurales y urbanas de la autonomía. Y, la conclusión final de la investigación: El 21,1% de los menores, desde los 13 años, es adicto al móvil.
La pediatra Leonor Liquete, responsable de este estudio de la Universidad de Valladolid – '¿Cómo son los adolescentes adictos al móvil?'–, explica que «la adicción al móvil no ha sido reconocida ni definida, con unos criterios estándar, en la última versión de la guía internacional sobre trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (DSM-V). Así, que se ha clasificado dentro del grupo 'afecciones que requieren más estudios'».
No antes de los 14 años
Uno de los aspectos más preocupantes que detecta el trabajo se que estos adolescentes adictos al móvil llevan a cabo conductas de riesgo en relación con las nuevas tecnologías, contactan con extraños en la red, envían fotos comprometedoras suyas a extraños por la red..., entre tres y hasta seis veces más que el resto de los adolescentes. La práctica habitual de estas conductas de riesgo relacionadas con las nuevas tecnologías, los expone a sufrir, precozmente, sus consecuencias, como podría ser contactar con un adulto en la red cuyas intenciones. Los padres deberían tener en cuenta las recomendaciones de los expertos en el uso de las nuevas tecnologías. Las restricciones de uso nos indican que los jóvenes no deberían de tener móvil antes de los 14 años y ni tener datos (acceso a Internet o smartphone) antes de los 16 años.
Por ello, «en nuestro trabajo, el principal problema ha consistido en separar, por una parte, a los adolescentes que realizaban un uso excesivo del móvil y, por otra, a los que, además, presentaban las tres condiciones que definen una adicción como son el uso problemático, síntomas de abstinencia y problemas de tolerancia asociadas al uso del móvil».
El trabajo considera adolescentes adictos a los que, al menos, cumplen tres de criterios. En primer lugar, los menores que hacen un uso excesivo del teléfono y para ello se consideró como tal emplear el móvil –redes sociales y whatsapp– de forma mantenida más de dos horas y media al día y durante los últimos tres meses. Esta es una pauta que cumple el 53,8% de los adolescentes. En segundo lugar, la encuesta analiza la presencia del síndrome de abstinencia, es decir, cuando no poder disponer del móvil en todo momento provoca ansiedad o irritabilidad y esto afecta al 21,1% de los estudiantes. Por último, se valora el uso problemático y la tolerancia. En este punto se analizan las horas de dedicación a su teléfono móvil que invaden el tiempo dedicado a otras actividades como hacer los deberes al estar pendientes de la continua recepción de mensajes. El 21,5% de adolescentes reconocen tal dependencia. También se analiza la pérdida de horas de sueño diario por estar conectado. Un problema que afecta al 19,8% de estos niños y jóvenes.
Los tres criterios los cumple el citado 21,1%. Pero hay algún colectivo dentro del global especialmente preocupante, las chicas de 17 años elevan este porcentaje a un serio 42,1%. También se detecta que conforme bajan las horas de dedicación a su terminal, cuando hay adicción, aumenta en proporción la ansiedad y además estos menores tan dependientes de su móvil multiplican por 1,8 un estado de ánimo malo y tienen entre tres y seis veces más posibilidades de tener prácticas de riesgo en la red.
El 98,7% de los estudiantes de entre 13 y 18 años de la región tiene un celular
La investigación se enmarca en otro mucho más amplio de la doctora Liquete – 'Impulsividad, funcionalidad y dinámicas familiares en adolescentes de Castilla y León'–, dirigida por Luis Rodríguez Molinero y Manuel Marugán de Miguelsanz, premiada hasta en seis ocasiones por sociedades nacionales de pediatría de diferente índole.
Destaca Liquete que «una adicción es un problema de gran impacto social y emocional. Además, si se inicia en la adolescencia tiene mayores probabilidades de perpetuarse en la vida adulta. Por estas certidumbres, saber que, el 21,1% de nuestros adolescentes son adictos al móvil debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de establecer limitaciones de edad en el uso del mismo». Insiste esta pediatra en que «el uso de las redes sociales y de otras aplicaciones están modificando la forma en la que nos comunicamos e interaccionamos con los demás. La adolescencia es una etapa clave de aprendizaje social y estas nuevas formas de interacción eliminan elementos esenciales de la comunicación humana como son el contacto y la autorregulación del comportamiento». Explica así que este último concepto es «la habilidad para modificar la conducta de acuerdo con las demandas cognitivas, emocionales y sociales que se presentan en situaciones específicas. Sentimos rabia, y la expresamos o no, según la situación y la reacción de la otra persona, eso es la autorregulación y no es innata sino que requiere aprendizaje».
Más de la mitad de los niños y jóvenes emplean en exceso el terminal
Es en la adolescencia cuando se desarrollan esas habilidades sociales y estrategias de control «que permitirán a las personas tener una red social de apoyo como los amigos o la pareja fuera de la familia. También se sufren las primeras experiencias de rechazo (me gusta esta chica, pero ella no se fija en mí...) y de autoafirmación en nuestros deseos (cuando rompes una relación de pareja por ejemplo) y todo se vive con una intensidad arrolladora– explica Liquete –los adolescentes necesitan sentir esas experiencias sociales cara a cara y afrontar las emociones que estas situaciones les causan».
Esta especialista analiza asimismo que los padres deben valorar si sus hijos deben o no tener móvil. A a la hora de decidir hay que considerar «el potencial efecto adictivo del móvil y de los usos que se pueden dar de él».
Repasa que son múltiples los estudios que relacionan el uso excesivo con un descenso del rendimiento escolar y con un bajo estado de ánimo en adolescentes.
De hecho, añade «las redes sociales y las aplicaciones están desarrolladas para forjar un deseo periódico de ser usadas, cada cinco minutos hay mensajes nuevos, 'likes'..., en definitiva, están creadas para liberar dopamina y ser placenteras. Nuestros adolescentes, cuando están tristes o aburridos, llenan la red de mensajes o de fotos buscando una respuesta de aprobación, un 'like', en definitiva, una descarga de dopamina... Y el último axioma, a favor de regular el uso de los teléfonos inteligentes en los adolescentes, surge, también, del análisis de las características de los menores adictos al móvil de nuestro estudio».
Los datos del estudio revelan una leve mayor incidencia entre las mujeres y en el caso de hijos de padres con estudios primarios y en paro. Asimismo, establece la media de edad del adicto en los 15 años. Entre estos niños y jóvenes dependientes de su terminal, la funcionalidad y la dinámica familiar y, en especial la comunicación con los padres, están muy afectadas y presentan un estado de ánimo negativo, referido como malo o muy malo, hasta 2,2 veces más que en el resto de los jóvenes.
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