Los insultos, las amenazas de quemar la iglesia e incluso las agresiones al párroco están a la orden del día en esta iglesia del barrio de Los Pajarillos.
El pasado 11 de septiembre, en plenas ferias y fiestas de Valladolid, la gota colmó el vaso de la paciencia del sacerdote Jaime Arenaga, párroco de la iglesia de San Ignacio de Loyola.
Ese día, poco antes de que comenzara la misa a las seis y media de la tarde, el religioso, harto de aguantar gritos, insultos y amenazas cada día por parte de un grupo de menores de etnia gitana así como de que éstos lancen palos y todo tipo de objetos por las ventanas y puertas del templo, decidió ir detrás de ellos. Y, según ha podido saber LA RAZÓN, consiguió «enganchar» a uno, que mantuvo retenido en la parroquia pero a la vista de la gente que se iba agolpando en el exterior de la iglesia al correrse la voz por el barrio, para evitar males mayores y malos entendidos.
La mayoría de las personas que se aglomeraban junto a la parroquia eran de etnia gitana, que reclamaban entre gritos y empujones al religioso que soltara al menor. Se vivieron momentos de enorme tensión, que obligaron al párroco, preocupado por su integridad, a esconderse en el interior de la iglesia hasta que llegara la Policía que él mismo llamó. Entre medias, tuvo que seguir escuchando insultos y amenazas de todo tipo. Desde que iban a prender fuego a la parroquia e incluso atentar contra su persona.
Este periódico se ha puesto en contacto con el cura, que aunque dice que no tiene miedo «porque estoy en manos de Dios», sí que admite que pasó esos momentos con mucha tensión y nerviosismo. Y especialmente preocupado por sus feligreses, ya que era la hora de la misa y muchos de ellos, la mayoría gente mayor además, se encontraban en la parroquia en el momento de los hechos. El religioso narra que en algún momento se temió lo peor, ante la «ira y beligerancia» que mostraba uno de los presentes en estos altercados. Un gitano que, según apunta, llegó a ser detenido por golpear a uno de los agentes que se acercaron hasta la parroquia.
Han pasado ya dos semanas de estos hechos, y el sacerdote afirma que la situación está «algo» más tranquila. Si bien, explica que este mismo grupo de menores sigue insultándole en cuanto tienen ocasión además de que siguen molestando en horas de misa. «Adoradores del diablo e hijos de Satanás es lo más suave que nos llaman, pero también se lían a patadas con la puerta si no les dejamos entrar e incluso suelen lanzar contra la parroquia bolsas de basura que cogen de los contenedores», denuncia.
El presbítero asegura también que son muchos los días en los que sus fieles han tenido que salir por una puerta trasera ante el peligro que suponía para su integridad hacerlo por la principal, debido a la acumulación de la basura lanzada por los menores. Un problema de convivencia que viene de lejos pero no se ha conseguido poner solución. Cuenta el párroco que ha hablado con el patriarca pero que tampoco éste ha solucionado nada. «Sólo se ha disculpado por lo ocurrido y me ha dicho que no puede controlarles».
El sacerdote explica que ha intentado hasta la saciedad en el año que lleva al frente de la parroquia que estos menores participaran de la vida pastoral y social del centro, pero ahora, desde estos sucesos, nos le deja entrar salvo que vayan acompañados por familiares mayores.
Pero la tensión se ha agravado aún más si cabe este pasado jueves 19 de septiembre. El sacerdote cuenta a este periódico que las amenazas de atentar contra su persona se han cumplido. Explica que estaba sentado en el hall de entrada a la iglesia, separado de la calle por una reja de hierro que se cierra con llave, cuando de repente entró una persona, también de etnia gitana, que no conocía ni situaba en el barrio.
Un hombre que, al parecer, le pidió diez euros y, al obtener una respuesta negativa, decidió primero lanzar contra el párroco un libro que pilló a mano y que impactó en su cabeza y, poco después, le propinó un puñetazo en la cara antes de marcharse de la iglesia vociferando e insultando al cura. El sacerdote insiste en que no tiene miedo pero asegura que teme que algún día le pase algo a uno de sus feligreses, y le inquieta que estos dejen de acudir a la iglesia por aprensión.
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